De muchos huesos está compuesto el caballo: atlas, húmero, tibia, bassin, falangina, vértebras… Así hasta 175 huesos. Miles de pelos en su cuero cabelludo y en sus crines doradas. Millones de células sincronizadas con cada paso. La intención del movimiento abstracto, estructura lo concreto en cada átomo. Si cada átomo tomara la orden sin comprender la intención del fin abstracto, creería que se le estaba haciendo daño. Se opondría al movimiento aunque su elección fuera inútil ya que, lo que prima, es la intención global de lo abstracto, el equilibrio deseado por encima de cualquier obstáculo. Por lo que, las leyes de lo concreto, son falsas y sólo pueden retener por un tiempo a los alocados átomos. Sin embargo, lucha cada átomo contra la potencia desbocada del caballo para que se le haga caso, descomponiéndose en millones de partes por oponerse al movimiento abstracto. ¿De qué sirve esta oposición? Y, ¿cómo sabe un átomo lo que es bueno para él si se ve como átomo separado en lugar de comprender que es el movimiento del caballo? Por otro lado, el baboso caracol, va caminando. Adaptando su flácido cuerpo a los obstáculos con los que se va encontrando. Tiene un claro objetivo marcado, y de ahí, que se permita gastar tanto rato. Cuenta con su paciencia infinita para llegar al lugar que inevitablemente tiene marcado. ¿De que serviría oponerse a lo que las leyes que rigen el rumbo han marcado?
El caballo pasa por encima del caracol trotando. Le urge ir a la batalla que se está celebrando. Considera que su fuerza es importante para derrotar al otro bando, mientras que el caracol no busca batallas pero tampoco niega lo que se va encontrando. Y aunque sabe que su destino está marcado, cuenta con un caparazón para cuando haya que usarlo. Durante el viaje, se va desprendiendo de todo pensamiento que le haga daño. Ya no cae en la espiral, pues ha descubierto que no le lleva a ningún lado. El caracol, pacientemente ama todo lo que se va encontrando; comprende que es mediante la aceptación y la paulatina pero firme voluntad, lo que inevitablemente le hará desprenderse de lo que tanto tiempo lleva arrastrando.
No existe la permanencia, y creer en ella, te hace daño. Deja que la inevitable espiral de la vida aspire todo cambio, y que, la firme quietud del caracol, se coma la fuerza descontrolada de las millones de células del caballo.