Las ancianas, que vivían en los bosques encantados cerca de las ciudades con mar, contaban que cada noche de San Juan, las hadas salían a volar. Era la noche en que se desprendían del corsé apretado y sus alas se desplegaban listas para aletear.
Las hadas pasaban toda su vida en el bosque, trepando por los árboles, obedeciendo las instrucciones de cómo tener que actuar y dónde tener que estar. Vivían escondidas, ya que si eran reconocidas, podían caer presas de cualquier caza hadas que valorara lo que éste creía que era “magia” y así a la hada se le truncaban las posibilidades de algún día llegar a volar.
Como todas hadas, nada más nacer, se les colocaba el corsé, por lo que no sabían lo que era estar sin él y por descontado no contaban con la posibilidad de revolotear ya que desconocían la posesión de sus alas. El corsé les ajustaba y les marcaba cómo tener que respirar. Al impedir desplegar sus alas, ellas se habían adaptado a escalar y a trepar. Para ellas esto era lo normal, una forzosa adaptación evolutiva al medio que creían habitual. Sin embargo, las que estaban cansadas de dejarse las uñas y los pies en los sacrificios para escalar, se lanzaban a la aventura para arrancarse el corsé, y experimentar lo que era vivir, sin la rigidez que éste les causaba. Pero como desde pequeñas vivieron con él, lo consideraban que era imprescindible para su seguridad. Cada hada tenía que experimentar por ella misma las ganas de arrancarse el corsé y lanzarse al vacío, cuestionándose si ella también tendría alas para volar.
Lo mejor de todo es que todas hadas que se desprendían del corsé, descubrían sus alas para elevarse. ¡Ay! Si hubiesen sabido lo que les esperaba al quitarse el corsé, que poco hubieran dudado en arrancárselo y lanzarse desde la rama más alta lista para volar.
Aunque sus alas hubieran estado negadas, no habían desaprendido a volar. El aprendizaje no se olvida aunque se desconozca la existencia de las alas. Sólo tenían que lanzarse desde cualquier rama y confiar. Confiar en que el viento les llevaría a la rama que tenía cada hada que llegar, sólo tenían que confiar en que sus alas sabían elevarse y que, sus miedos encorsetados y sus lecciones que ejecutar, desaparecerían al deshacerse de la prenda que reducía el potencial de sus posibilidades.
Por esto, la noche de San Juan, cuando el verano llega a cada ciudad cerca del mar, se ve una brisa blanquecina. Son las hadas adultas que han empezado a aletear. Son las hadas que un día tuvieron miedo, el cual nunca fue real, por adaptarse a un medio ficticio y olvidarse de sus alas para volar. Ellas siempre habían estado listas para volar, para ser libres y para fundirse con el viento que sopla sobre el mar.
¿Cómo vas a poder elevarte si no te quitas el corsé y descubres que tienes alas para volar?